viernes, 2 de agosto de 2013

Al Maestro Eterno (homenaje a Manuel Rodríguez)

     ...Recuerdo unos juegos de niños en el patio de un colegio. Provistos de sillas sobre la cabeza, sin más bandas que unos descompasados y desafinados silbidos pero con mucha pasión imaginábamos cada Cuaresma ser cofrades mientras otros niños balón en ristre soñaban con ser Raúl o Romario. Recuerdo aquella melodía que todos nos sabíamos, aparte de la sempiterna Saeta. Eran solo 4 notas pero repetidas con tal gracia que era una melodía que se te metía en los pies y nos hacía andar como si fuésemos grandes costaleros: Sol Mi Fa-Mi, Sol Mi Fa-Mi, Sol Re Mi-Re, Mi-Fa-Sol Fa-Mi... solo 4 notas que nos hacían ver que la sencillez a veces es el mejor camino.
     Recuerdos de aquel insistente ritmo de la percusión que aquellos niños que éramos, armados con un par de lápices y sobre la mesa o sobre algún antiguo estuche de latón, repetíamos para desgracia del profesor de turno y un siempre recurrente: "niños dejad el tamborcito ya, hombre".

     Por aquel entonces yo no sabía quién era el autor ni como se llamaba aquella "melodía". No fue hasta aquellos primeros sonidos sobre alguna vieja cinta de cromo con las marchas que te grababa algún amigo, de esos casettes de todo mezclado y con un improvisado libreto hecho a mano cuando supe quien era: se llamaba Manuel Rodríguez y aquella melodía que conocía desde pequeño se titulaba Alma de Dios.

     Desde entonces muchos años han pasado. Mi gusto y afición por la música cofrade ha ido en aumento y poco a poco he ido sabiendo más de él, de su vida, de sus logros, de por qué es considerado el padre del estilo que tantos años llevo defendiendo. No tuve el placer de conocerlo en persona, pero a través de sus marchas, a través de tantos clásicos que hoy ya no suenan con la misma alegría con la que solían, a través de toda una vida dedicada a la música, he llegado a conocerlo y admirarlo, como maestro que fue de todos los que nos dedicamos al mundo de las Agrupaciones Musicales, como creador de marchas, sinfonías eternas de tantas Semanas Santas desde nuestra niñez, de clásicos que nunca fallan, que nunca pasan de moda, que siempre que veas una Agrupación Musical sonando sabrás que su música está presente. Casi el único (si no lo es) autor imprescindible en los repertorios. Y todo ello desde la sencillez y la humildad, desde la fidelidad y el compromiso a su banda (que amargo, compañeros de Arahal, cumplir medio siglo de vida cuando te falta gran parte de tu ser), demostrando que ni el dinero, las modas, ni la fama son lo que te hacen grande, que no es necesario cobrar grandes sumas a ingenuas bandas para ser un compositor prolífico, respetado y querido por todos, que solo desde esa sencillez, devoción y entrega a la Semana Santa es como se puede y se debe llegar a ser alguien. Cosas todas por las que hoy nadie tiene ni tendrá nunca una mala palabra hacia su persona.

     Porque Manuel Rodríguez no fue un director más, no fue un compositor cualquiera, fue el artífice de que tantas generaciones hoy sigamos los pasos del estilo que el redefinió, el creador de la banda sonora a una vida cofrade. Presente desde mi tierna infancia, para mí Manuel Rodríguez son aquellos inicios de los años 90 cuando en la mañana del Domingo de Ramos Jesús en la Borriquita salía a su encuentro con Palma a los sones de Alma de Dios, con aquellas liras sonando, interpretada por la entonces Agrupación Musical Virgen de Belén (que en un futuro sería mi banda). Es el recuerdo de un Martes Santo de 2002 cuando Palma abandonaba por fin las ruedas definitivamente. Es un día de junio de 2004 cuando con muchos nervios Salud de San Bernardo se convertía en la primera marcha que tocaba junto a mi banda en una actuación. Es una Semana Santa de 2005 cuando a los sones de marchas como Virgen de las Angustias o Dolores y Misericordia me estrenaba en mi primera Semana Santa. Es aquel febrero de 2006 mientras a toda prisa montábamos Pasa la Virgen del Refugio con la que hoy es mi banda. Son los años de mi juventud y de mi crecimiento musical marcados por grandes marchas: Cristo de San Julián, La Piedad, Magdalena Bendita,... recuerdos de buenos tiempos y de tiempos difíciles donde el compás del ritmo de sus marchas me animaba a seguir siempre de frente como andan los buenos pasos con una marcha clásica. Y así hasta el día de hoy cuando de nuevo Alma de Dios ha sonado en nuestro ensayo y sonará mañana y en muchas de nuestras actuaciones y en tantas bandas de nuestra geografía que la interpretan. El círculo se ha vuelto a cerrar, pero la memoria del maestro, de este gran ejemplo que para todos los músicos cofrades es Manuel Rodríguez Ruíz, permanecerá eterna siempre que suene alguna de sus marchas y alguna de sus marchas siga calando en la mente de tantos futuros cofrades igual que a nosotros cuando fuimos niños nos llegó su legado.

     Hoy te toca dirigir una nueva Agrupación Musical, maestro, pero esta vez Allí, junto a tantos buenos músicos y mejores personas que en su día nos dejaron y que hoy reciben a su director. Descanse en Paz.

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